Cena por "X-mas" a la japonesa

Hola, saludos.


No sé bien cómo llegamos al apartamento, ubicado en el piso 14, de la familia Takeda. Sí se bien que desde allí se veía el monte Fuji preciosamente triangular, vestido de un blanco aparatoso, envuelto en una capa de azul cielo. Con semejante traje de semejante caballero no quedó más opción que suspirar. Pero esa respiración abismal se cortó porque Takeda san llamó la atención con copas de champán repletas de un espumante local. Era una cena de navidad ("X-mas", ese término se usa con frecuencia por aquí para nombrar a esta fiesta).
Afuera del departamento de los Takeda, es decir en las zonas más comerciales de Tokio, la ciudad se viste con la tradición navideña occidental: luces, bombillos, regalos, descuentos, promociones, cenas, árboles de navidades y noeles completamente cocacolizados.
En los jardines posteriores del complejo urbanístico Tokyo Midtown se presenta un espectáculo de luces brutal: 250.000 focos LED, sincronizados por computadora, ¡asombroso!
Navidad, para un japonés tiene el significado de una fiesta occidental en la cual se intercambia regalos y nada más. Sus dioses, los del shintoísmo y los del budismo, no tienen cédula de identidad, de manera que no se puede saber el día de su cumpleaños (además que son muchos... unos ocho millones de dioses).
Para ellos hay dos fiestas anuales fundamentales: el día del cumpleaños del Emperador (23 de diciembre en el caso actual, Akihito) y el año nuevo, pero no necesariamente el que manda el calendario chino. Y tienen una serie de tradiciones alrededor que se contarán en el futuro, cuando eso pase.
Los Takeda se tomaron el reto occidental, decoraron su casa y nos sentaron en una mesa con mantel rojo. La mesa estaba llena de bandejas con comida, especialmente verduras y uno que otro cárnico, pero muy escaso. Y vino, las botellas iban y venían con una naturalidad asombrosa, así como fluye la cordialidad de los japoneses, que es abundante. Noche de abundancias.
Los otros cinco comensales se baten bien con el japonés, pero para este llamingo el ejercicio fue intenso y apareció una conclusión importante: se puede entender el sentido de las conversaciones sin entender las palabras. Será exageración, pero la comunicación humana es capaz de entrar por la piel. Es que hay un idioma al que le prestamos poca atención: el de los gestos, las miradas, la posición de las manos, el tono de la voz. Una conversación de la que no se entiende nada (salvo algunos nombres) puede parecerse a la composición musical que tiene el suficiente poder de generarnos las sensaciones exactas.
Lo cierto es que me reí cuando había que hacerlo y tome un gesto adusto en el momento indicado.
Pero hay un segundo elemento que aporta en circunstancias de ignorancia llaminga frente a lo desconocido: la actitud. La más fácil era volverse autista, como dice el Nicolás Cornejo, "no audio, no video", encerrarse en uno mismo y comerse mierda porque el resto de comensales no hablan en el idioma que uno entiende. La otra es tratar de ser permeable: que esa carga de información sutil encuentre un camino abierto y que se apliquen los tamices sensoriales para buscar un punto de armonía.
Al final de la jornada creo que no quedé muy mal. Unos días atrás, mientras caminábamos por el impresionante barrio de Omotesando, se nos acercó un equipo de televisión de la cadena estatal NHK. Estaban haciendo un reportaje sobre las palabras en japonés que más les llama la atención a los extranjeros; y, nos entrevistaron.
Yo respondí que la que más usaba era chotto matte, que quiere decir algo así como "espere un momento", pero que vuelto al lenguaje criollo vendría a ser "chuta aguanta". Obviamente, mi explicación a la NHK fue en mi chapucero inglés y ahí sí que no hay traducción posible.
Ya en el postre en la casa de Takeda san se produjo ese el vínculo que nos permitió tener una noche de carcajadas desenfadadas. Escuchar a un japonés decir "chuta aguanta" no tiene precio.
"X-mas" con una vida nueva por descubrir, es como un nacimiento hermoso.

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