Peregrinación místico-ferial

Saludos respetuosos y afectivos.

Ir a por un tour místico y toparse con una feria bullanguera y colorida es una sorpresa. Y un descubrimiento. Muy cerca de uno de los sitios más importantes para la religión shintoísta hay ventas de papas fritas, creppes con bananas y crema de leche, procesiones que se refrescan con sake dentro del templo.
Ir de viaje sin planes, sin agenda, sin preparativos suele ser una bendición. Mientras estábamos en Kumamoto supimos de Takachiho, un pueblito unos 70 kilómetros al este que, decían las guías, pertenecía a la ruta mística.
La historia es esta: Amaterasu, la diosa del sol (la diosa mayor del shintoísmo) fue enviada a fundar su pueblo, en el archipiélago que ahora es Japón. Bajó con su hermano pero sucedieron eventos que le disgustaron y decidió esconderse en una cueva para el resto de su vida. Ello significó que el mundo se quedara sin sol. Bajaron los otros dioses del altiplano del cielo para tratar de convencerle que saliera de la cueva y devolviera la luz al mundo. Una diosa preparó una representación cultural y, curiosa por las carcajadas de los asistentes a ese evento, dejó la cueva, que fue sellada inmediatamente. El sol volvió a resplandecer.
Cerca de Takachiho esta el santuario shintoista Ama no Iwato, que está cerca de la cueva donde estuvo exiliada la diosa mayor. Pero no se revela el lugar exacto. Ni tampoco se pregunta mucho sobre eso. Basta saber que ese lugar puede compararse al Jerusalén de los cristianos.
Pero la religiosidad se vive diferente. No es la actitud intimista, no hay sufrimiento ni culpa ni castigo, no hay una ceremonia larga. No hay silencio. Y la naturaleza está que revienta. Los peregrinos atraviesan una senda flanqueada por árboles centenarios y ventas de chucherías, comida, golosinas, frituras y la siempre famosa carne de caballo preparada de diversas maneras.
Luego, llegan al templo, se paran frente al altar mayor, tiran unas monedas como ofrenda para el mantenimiento del santuarios, hacen dos venias, dan dos palmadas, haces dos venias más y se van. Al frente del sitio donde la diosa Amaterasu devolvió el sol al mundo.
Luego, hay que caminar unos metros para descender a un desfiladero, bordeando el río, para llegar a la gran cueva, aquella donde los otros dioses planificaban la manera de sacar a Amaterasu de su encierro voluntario.
Es una cueva muy grande, el sendero atraviesa una tori (puerta principal del santuario) y llega hasta un pequeño templo, oscuro, bajo la roca, un recuerdo de los momentos de penumbra que vivió el mundo. Pero, de entre los murmullos del río, aún se puede escuchar a la diosa que habla y a los dioses que ríen, a carcajadas, sin empacho. Luego de cumplir el rito sencillo, muchos colocan una piedra encima de otras que fueron dejadas antes, como un tributo de los viajeros, de los peregrinos. Por ahí se encuentran otros recuerdos como lentes, pulseras y algunas piedras sobre las que se escribió el nombre del peregrino.
Hay mucho de esto en Latinoamérica. Alrededor de las iglesias, cuando hay peregrinos, todo se repleta de ventas de frituras y de soquetadas inservibles, de amuletos y curas milagrosas. En mi tierra, quien domina la escena es un Cristo crucificado, por acá, cada altar es diferente y tiene sus propios símbolos, sus particulares artículos sagrados. En mi tierra hay un solo dios, en esta hay como ocho millones.
La verdad es que me esperaba algo diferente. Debe ser por mi formación cristiana que pensaba en un lugar en donde, tras algo de oración y mucho de recuerdo de las enseñanzas podría levitar y destilar olor a santidad. Pero el misticismo no es así en Japón, me atrevo a decir que en el Asia.

El shintoísmo es una religión del Japón y tiene seguidores en otros países. Se mezcla con el budismo con mucha facilidad y ninguna de las dos anda con ánimos para oponerse a la otra, de manera que las prácticas son más relajadas, pero no necesariamente menos profundas. La práctica religiosa es cotidiana, es posible afirmar que muchos hacen muchas cosas sin siquiera caer en cuenta que es parte de su manera de ser seres religiosos.
Espero algún momento tener más claro este aspecto de la vida japonesa y enseguida lo compartiré con ustedes. Mientras tanto, si pueden darse un salto por Takachiho háganlo, lo único que les puedo asegurar es que no habrán perdido el tiempo.

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