Vacío: el quinto elemento

Hola, ya estoy por aquí de nuevo:

Miyamoto Musashi es conocido, entre otras cosas, por su "Libro de los cinco anillos". Son una serie de enseñanzas sobre el perfeccionamiento de las artes marciales desde la perspectiva de un samurái y se enfoca mucho en la técnica del uso de las dos espadas, una larga y una corta. Él fue el mayor maestro en el uso de estas dos armas pero no fue una técnica que tuvo muchos adeptos. Pero Musashi pasó a la historia.
Lo hizo a pesar de ser ronin. Después de leer algunos textos –evidentemente el siguiente no es un comentario ni científico ni oficial- por ronin se conocía a un sumarai sin amo. Esto sucedía por tres factores fundamentales. El samurái perdía la protección de su amo; moría el gran señor de un clan o perdía sus privilegios políticos y el samurái se quedaba sin amo; por último, el jefe del clan pedía al samurái que sea ronin para perfeccionar sus conocimientos.
Fotos: Álvaro Samaniego
De cualquier manera, el personaje del ronin fue generalmente visto como un ser solitario, casi un renegado, porque en los dos primeros casos la práctica aceptada hubiera sido el seppuku (mal conocida en occidente como harakiri).
No eran bien vistos los ronin en general y de ninguna manera se les puedo comparar con los ninja quienes cumplían misiones que requerían que se dé la espalda al estricto código de los samurái
Los samurái seguían una serie de enseñanzas que se transmitían de manera oral, pero hubo quien compiló aquellas guías en un texto, llamado "Bushido, el camino del samurái". Ahí se cita: "He hallado la esencia del bushido, ¡morir! En otras palabras, cuando podáis optar entre la vida y la muerte, escoged siempre la muerte: esto es todo lo que debéis recordar".
Musashi tenía poco tiempo para servir a un señor porque dedicaba cada minuto de su vida a perfeccionar las artes marciales. Mató a muchos quienes le enfrentaron y había centenas que querían medirse a él y triunfar, ese sería un salto a la fama inmediato. Eran conocidas las enseñanzas sobre técnicas de combate que aludían a cinco anillos: aire, agua, fuego, tierra y el vacío
Pero no había manera de derrotar su técnica perfecta. El jefe del clan Hosokawa le invitó para que se estalbezca en Kumamoto y entrene a sus guerreros, una alternativa que le interesó mucho porque podría utilizar toda su energía para perfeccionar otra de las facetas  del espíritu samurái, distinto de los combates y las armas. Es conocido que estos soldados de la época feudal del Japón cultivaban la caligrafía, el teatro, pinutra, escultura y otras artes.
Musashi llegó a Kumamoto pocos años después de que el clan Hosokawa terminó de construir un castillo imponente, uno de los tres más hermosos del Japón. Cuatro siglos después, para los visitantes es una obra de arte, pero entonces cumplía, más bien, con objetivos militares estratégicos. Lo que sorprende es que una fortaleza invulnerable tuviera tanto de estético. Me vienen a la memoria los bunker, cajas de concreto construidas para que sus ocupantes sobrevivan a los ataques más perversos, deprimentes, grises, se parecen a ataúdes masivos y no a estandartes de defensa dentro de los cuales se pretende preservar la vida.
La murallas combadas pudieron detener a los temibles ninja, el sistema de defensa fue eficiente hasta que cambió la tecnología militar de los atacantes, pero mientras se usó lo que existía el complejo de Kumamoto fue inexpugnable, no hubo poder suficiente para violar las entradas. Ante un ataque se inundaban los canales que circunvalan al complejo, los dos accesos se sellaban y quien quería tomarse este recinto debía jugárselas en un laberinto de paredes altísimas y combanadas, a merced de los arqueros y de las saetas mortales lanzadas por las manos expertas. Desde el 1600, cuando se construyó el catillo, la gran derrota se produjo más de 250 años después, durante una de tantas guerras civiles que ha soportador el país: las balas de cañón pudieron más que la habilidad de los arqueros, de los espadachines y de los lanceros, las armas de fuego revolucionaron la guerra.
La destrucción que provocan dejaron a esta joya herida hasta después de la II Guerra Mundial cuando fue restaurada pero como un monumento de la identidad japonesa y de la historia del clan Hosokawa e, inseparablemente, de las enseñanzas de Musashi.
Lo que se mantiene intacto es el jardín Suizenji, también construido por el clan Hosokawa, en un sitio en el que el agua era especialmente apropiada para realizar un ceremonia del té en base de la mejor prática de todas las reglas de este rito.
En el parque están representadas, en miniatura, las 53 postas que existían entre Kyoto y Tokyo. Es muy llamativo el perfecto cono del Fuji a escala.
La casa de té fue traída del Palacio Imperial de Kyoto. El pequeño templo está precedido por una serie de tori (las puertas de entrada a los templos) rojas. Hay un teatro para representaciones del teatro del noh y la estatua de dos de los miembros del shogunato Hosokawa. Hasta aquí la descripción oficial.
¡Es una joya!, verdes de doce millones de tonos, agua, piedras, un perfecto orden que coquetea con un caos controlado, ninguna planta está fuera de lugar a pesar de que todo el jardín está más allá de este planeta. Salvo los feos edificios que con harta puntería se construyen alrededor de los sitios bonitos, es posible sentir que uno viste a la usanza, que una espada le acaricia la cadera, que unas sandalias de cáñamo y suela de madera le dan ritmo a los pasos pausados que arden en deseos de ganar la guerra a la modernidad y conquistar la gracia del vacío, el quinto anillo de Musashi.

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