La contra cultura ninja

Estoy de vuelta y me encanta poder comunicarme con ustedes.

Es difícil hablar de personas que dedicaron toda su vida a la clandestinidad. A la invisibilidad.

La característica básica de los ninja es que vivieron en la sombra y lo que ha trascendido es, en último término, lo que ellos han querido que se conozca y que, obviamente, es como la figura de un hombre que se aleja dentro de la niebla.
Pero, además, si se trata de saber la verdad histórica hay que dispersar toda la bruma que han creado las películas de cine estadounidenses y chinas, además de los cómic y la parafernalia de la mercadotecnia.
Huelga decir que la mayoría de esos largometrajes no se sujetan a ningún rigor histórico y que explican lo que unos creadores mal informados entienden sobre la contra cultura ninja, cuya posibilidad de invención se limita a pensar en héroes urbanos o matones futuristas, capaces de pegar más duro que el resto del mundo.
Y no, la imagen de un guerrero vestido de negro, con capucha, de quien solo es posible ver los ojos y que corta cuellos todo el día tampoco es del todo cierta. Ninguna de estas versiones concibe la posibilidad, por ejemplo, de un ninja vestido de mujer que interpreta una canción de amor como parte de una compañía de actores, minutos antes de transmitir un mensaje secreto.
El nombre tradicional, y la manera como serán nombrados en adelante, es shinobi (la dos palabras se escriben con los mismos kanji; ninja es una palabra moderna) y se define como el arte del espionaje y la guerrilla. 

Sin embargo, parece que efectivamente es una contra cultura y que esta característica de la naturaleza shinobi describe mucho mejor el papel que jugaron en la vida del Japón, sobre todo durante la era Edo, trescientos años que terminaron en 1860.
En tiempos modernos sus técnicas han sido usadas tanto para crear el ambiente de asombro de los juguetes de guerra del agente James Bond, como las técnicas de escape de Houdini o, más allá, producir alimentos encapsulados.
Las evidencias sobre la época de su origen son difusas. Pero las circunstancias no. Un grupo de monjes, conocidos por ser maestros en el arte del combate, fueron perseguidos en su natal China y huyeron a las islas del este. Se instalaron en las provincias japonesas de Iga y Koga, y abrieron escuelas para enseñar su arte, para formar más y más señores de las sombras.
Su gran desarrollo sucedió paralelamente con el de los samurái y por eso se estableció como una contra cultura: los samurái seguían el código de honor del bushido (cuyas líneas generales están aquí) y los shinobi hacían lo que les estaba prohibido a los samurái, quienes representaban al poder establecido. Decir que “hacían el trabajo sucio” a lo mejor es una injusticia con su participación en la historia del Japón, pero esa creencia era uno más de los riegos de su forma de vida.
Hay muchos ejemplos en la historia de la nación de shinobi descubiertos que fueron tratados como lo peor de la más mordaz delincuencia, sin embargo de que eran personajes indispensables para el sostenimiento del sistema político nacional.
Pero bien, queda dicho, debían vivir en las sombras y allí residían sin protestar. Los shinobi, para evitar ser descubiertos, debían tener una vida “normal”: eran agricultores, artesanos, comerciantes, actores, lo que fuera, nadie podía sospechar que habían aprendido y seguían practicando el ninjutsu (es el nombre de las técnicas de los shinobi, «el arte del sigilo» o «arte de la invisibilidad»). No era raro que formaran circos móviles, nadie veía mal a actores que eran expertos contorsionistas, magos que podían desaparecer o habilidosos lanza-cuchillos.
Era necesario que su entrenamiento comenzara cuando eran jóvenes y su cuerpo tenía mucha flexibilidad. Una de las habilidades más interesantes era que podían descoyuntarse para superar una dificultad y luego devolver los huesos a su lugar con un mínimo daño.
Enseguida se hacían fuertes al mismo tiempo que cultivaban la paciencia: cualquier ataque debía encontrar su momento y esa oportunidad podía aparecer enseguida u horas después. Se colgaban de una rama de un árbol a 40 metros de altura y ahí permanecían una hora sin moverse.
Y el equilibro: cualquier acción debía ver, entender y sopesar todas las circunstancias de manera de tomar una decisión equilibrada, que en definitiva es la más eficiente. Al principio colocaban una rama con espinos a un metro de altura donde el aprendiz debía correr, dar volteretas, andar de manos o sentarse sobre los dedos de un pie. Mientras adquiría más experiencia el palo se colocaba a mayor altura.
Debía aprender del fuego para hacer granadas de humo, bombas de alto poder destructivo, podía escupir fuego y, si le sumaban al espectáculo una máscara horripilante, creaban un ambiente de terror que garantizaba que sus acciones fueran noticia en todas partes, pero una noticia oscura porque ni los testigos sabían con certeza lo que había hecho el shinobi con tanta habilidad.
Se aplicaron mucho en hacerse una propaganda que les ayudaba a sostener la suposición de que eran seres humanos con poderes de dioses y demonios.
El dibujo de la historia japonesa puede ayudar a entender la magnitud de la suposiciones sobrenaturales de los shinobi. Pero hay que tirarse un poco para atrás en la historia del Japón. Oda Nobunaga fue un sogún que pacificó el país luego de siglos de batallas entre grupos feudales (daymio). Sin embargo, no logró que se anexaran a su cruzada los shinobi de las provincias de Iga y Koga y decidió eliminarlos: 46.000 samurái asediaron un castillo defendido por 4.000 shinobi y tras una semana los atacados fueron vencidos; huyeron a zonas montañosas y agrestes del país.
Nobunaga no sabía que había provocado un desarrollo inusitado de las escuelas de ninjutsu: allá donde llegaba uno de los que escaparon de la matanza fundaba una escuela. De esto se enteró rápidamente el sucesor de Nobunaga, Ieyasu Tokugawa, uno de los más importantes sogunes de la historia del Japón. Mandó a llamar a Hattori Hanzo.
Este shinobi, con su padre, había huido de la masacre de Nobunanga a las montañas de Kurama (cuyos detalles están aquí). Dicen los que saben que allí habita Tengu, un espíritu que es experto en artes marciales, un escenario en donde se han formado los más famosos guerreros de la historia del país. Hattori se convirtió enseguida en hombre de confianza de Ieyasu, era tan eficiente que pronto adoptó el sobre nombre con el que le conocían en las calles: demonio (
Oni-Hanzō o Hanzo el demonio). Hatori Hanzo es, de hecho, un nombre que se repite en largometrajes y obras de manga y ánime.
Carol Gaskin y Vince Hawkins, en su libro “Breve historia de los samurái”, encuentran la explicación exacta: “Los ninja, practicantes del ninjutsu, eran el arma secreta más formidable con la que contaba un jefe samurái. Los ninja eran expertos en espionaje y sabotaje, sabían llevar a cabo un asesinato y escapar sin dejar huellas. Usaban armas nunca vistas y todo tipo de artimañas para alcanzar sus objetivos; métodos que hoy parecen combinar las habilidades de James Bond, Sherlock Holmes y Houdini. Como maestros de la confidencialidad, los ninja representaban el lado oscuro del bujutsu (de las escuelas de artes marciales). Se les temía pero no eran dignos de respeto pues eran los encargados de hacer el «trabajo sucio», las tareas que un samurái honorable, del que se esperaba que combatiese abiertamente, no podía hacer por sí mismo”.
Para los samurái, la obra que explica mejor su naturaleza es “El libro de los cinco anillos”, de Miyamoto Musashi. Masazumi Natori escribió el “Shoninki: Las Enseñanzas Secretas del Ninja”, que deja en claro, entre otras cosas, algunos principios del código moral de los shinobi.
 

"El camino del ninja es el de la resistencia, el de la supervivencia, de la victoria ante todo lo que intente destruir”. Esto lo ha dicho el doctor Masaaki Hatsumi, médico y maestro principal de la escuela Togakure Ryu: la escuela está activa y el maestro goza de buena salud. En su momento fue nombrado por el Emperador Hiro Hito "Joya viviente del Imperio”. Es la cabeza de la trigésimo cuarta generación de shinobi y de una organización internacional que sostiene la tradición pero con otra motivación: la paz. La organización de los shinobi tenía rangos, a la cabeza estaban los jonin, los líderes; ellos mantenían la relación con el poder formal. Luego, los chunin, oficiales del clan que recibían la instrucción de la misión que debían cumplir y la delegaban a los shinobi más capacitados. En el otro extremo estaban los ganin, los agentes de campo, los ejecutores.
Los ganin tenían especialidades: saisakus, especialistas en trampas; yutei, espiaban mientras viajaban; iapa, resolvían con acciones inusitadas operaciones improvisados; mitsumono, lograban cambios asombrosos de personalidad; nosikaru, los acróbatas; y, kamari, especializados en emboscar –la lista es muy larga y bastante variada.
Para ver la historia completa es necesario, al menos, dividir su vida en dos momentos: el uno, el del espía, saboteador, portador de un mensaje que, gracias a un camuflaje y a adoptar una personalidad fuera de toda sospecha, logra, por ejemplo, robar una información valiosa. La otra, el momento del acto violento, subir muros, correr por techos, bajar por una cuerda, degollar a la víctima y salir sin que se mueva una hoja. El buen shinobi estaba preparado para ser ambas personas.
Por eso, entre las técnicas que aprendía hay unas relacionadas con el acto violento: combate a mano vacía, técnicas de agarre e inmovilizaciones, técnicas con palos largos y cortos, espada, cuchillo, estrellas arrojadizas, cadenas, hojas afiladas, estrategias de combate. Es muy llamativa su habilidad para convertir en armas objetos de uso cotidiano como abanicos, pipas o azadas.
Igual de importantes son las otras, en las que entrenaban la mente y el espíritu. Era seguidores respetuosos y apasionados de las enseñanzas de Confucio y de Buda, pero también de los principios del sintoísmo.
Algunas técnicas descienden de ciertos ritos religiosos: ejercicios corporales similares al yoga, meditación, principios taoístas, claridad personal, mística, equilibrio de las fuerzas en los campos electromagnéticos, canalización de la energía y otros conocimientos que se han mantenido en secreto todavía ahora.
Lo anterior es un resumen de la cientos de cosas que se sabe sobre los shinobi. Y hay cientos más que están ocultas y probablemente pervivirán en el olvido. Esta es una manera de honrar su naturaleza, dejar que lo oculto duerma en el silencio como una contra cultura indispensable.


Vendré con nuevos temas muy pronto. Nos vemos entonces.

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