Japón, donde el sol nace todos los días. Parte I

Me encanta recibirles. Ya saben, este es un espacio para compartir, para hablar de cosas. Esta vez, les voy a contar algo de la escencia del Japón en tres partes. De manera que tienen que venir tres veces para oir completa la historial, que comienza así:

Japón. Ellos pronuncian el nombre de su país “nijón” y el gentilicio, en español, es doble: japonés o nipón.
La palabra Japón se compone de dos kanji (los kanji son idiogramas de origen chino pero ya han sido “japonisados”): 日本. Una de las delicias de los ideogramas es que no tienen un solo significado, pues no están atados a un sonido, sino que ocupan una zona de significados y lo que quieren decir depende de las costumbres y las combinaciones.
El primer kanji del nombre del Japón tiene el sonido de “ni” y significa día o sol. El segundo tiene el sonido de, “jon” quiere decir libro, pero también origen, inicio. Luego, el “país del sol naciente” se puede entender desde la genética de las palabras, a través de la escritura, con un vistazo simple a la etimología, que son las evidencias históricas que no mienten.
Lo que pasará enseguida en esta crónica será mirar como este conjunto de trazos toman un camino completamente diferente para llegar al mismo destino.
El siguiente protagonista es el sol; bueno, en japonés no es masculino porque el idioma no diferencia géneros ni tampoco número, idioma inclusivo este. A pesar de que el nombre no tiene género, en la mitología y la religión locales el sol es un personaje femenino, la sol. Además es la más importante. La diosa Amaterasu, que es la diosa del sol y que también es la fundadora del Japón.
La mejor aproximación para aprender o para percibir el origen de este país debe leerse, sin lugar a dudas, en el Kojiki, uno de los más antiguos libros del mundo que recoge la tradición oral de siglos con respecto a los hechos mitológicos que confluyeron para la fundación del Japón en el archipiélago que hoy ocupa, unos 600 años antes de la era cristiana.
En una edición en español, Carlos Rubio y Rumi Tani Moratalla escribieron una introducción sobre la naturaleza de este libro y logran aclarar lo que pasaba en el Altiplano del Cielo y en la tierra mientras dioses transeúntes le daban sentido a su creación y los hombre buscaban la redención entre las abruptas sinuosidades de este archipiélago.
Los autores de la introducción dicen: "El misterio de Japón empieza en el Kojiki (Crónicas de antiguos hechos). Saludado como "la Biblia del Japón" (...) es la obra conservada más antigua de Japón. Narra las tradiciones nacionales desde la edad mítica de los dioses hasta el reinado de la emperatriz Suiko (593-628)". Un libro escrito en el siglo VI: puede ser que no haya nada más antiguo en materia literaria.


Sin embargo, Rubio y Tani dicen que es necesario dudar de los datos históricos y hay que gozar de las referencias mitológicas, hay que aprender de las citas antropológicas y acariciar las virtudes literarias; la discusión en el Japón sobre la autenticidad de los hechos que relata el Kojiki es todavía la inspiración de investigaciones históricas rigurosas.
El libro comienza con la génesis del planeta, la tensión en la relación de los dioses y semidioses por ganar espacios de poder durante la construcción del país.
En la misma introducción se afirma que "Además, el valor literario del Kojiki se acentúa por ser 'obra puente' entre una literatura oral perdida, anterior a la introducción de la escritura importada de China, y otra escrita de la cual es pionera. En ese sentido, sus páginas nos colocan al borde de un abismo por cuyo fondo corren las aguas oscuras y ricas de una cultura que, aunque ágrafa, tenía como actor a un pueblo que desde el siglo II ya desempeñaba un papel destacado en el concierto de naciones del Asia oriental".
Probablemente muchas de las preguntas que uno puede hacerse sobre el alma japonesa encuentren referencias cercanas a una explicación razonable leyendo este libro y su hermano gemelo, el Shoku Nihongi, una obra posterior que tiene más rigor histórico y que cuenta noventa años de historia del país desde el año 697.
Pero las verdaderas respuestas las tienen los ocho mil dioses que habitan el Altiplano del Cielo. Hay que detenerse un momento y hacer una aclaración: el kanji que se usa para nombrar el número ocho mil es el mismo que se usa para expresar la eternidad. Decir “ocho mil dioses” equivale a “todos los dioses”. “Te esperaré ocho mil minutos” significa que será una espera eterna, para usar un ejemplo.
Hay estudiosos que afirman que Kojiki y Nihongi fueron escritos para, a través de justificar el carácter divino del emperador, legitimar los espacios de poder de los sogunes (shōgun), una estructura política que pervivió por ochocientos años.
Desde el siglo XII, los emperadores entregaron paulatinamente el gobierno de las decisiones políticas, económicas, militares y diplomáticas a grupos familiares, que ejercían el poder real y dominaban la vida cotidiana. En los ocho siglos se sucedieron tres shogunatos: Kamakura, Ashikaga y Tokugawa.
En esta época se desarrolló, entre otras expresiones de la organización social, la figura de los samurai, guerreros a órdenes de los sogunes, quienes escribieron páginas épicas en la historia nacional y que aún hoy son admirados en el mundo.
El sistema de sogunes terminó cuando el emperador Meiji decidió retomar para la casa imperial el control de la vida del Japón e inició uno de los períodos más importantes de su historia reciente, en el año 1866.
Ahora, Japón es el único país del mundo que tiene un emperador y para los japoneses el Emperador Akihito es descendiente de los dioses, es un puente vivo y dinámico que une el Altiplano del Cielo con el archipiélago.


Vendrá la segunda parte en unos días. La continuación comienza así: "Akihito es el descendiente de la dinastía imperial continuada más larga del mundo...". No se queden sin el resto de historia.

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